Especial Request

Sandra Palacios, presenta.



Fuente de Cambios
  
“Y desde lo alto de este acantilado, con las fuerzas de mi alma y mi corazón, condeno a todas las Bigliotti a que jamás encuentren el amor. Condenadas a no conocer jamás al amor verdadero o a perder a este de forma inexplicable.”

“Y llegará el día en el que le harán libre. Solo una Bigliotti, digna de cada una de las descendientes de la sangre que corre por mis venas, la sangre que forma parte de este hechizo.”

“Y llamo desde aquí a todas las fuerzas y energías que completan este mundo. Aire, fuego, agua y tierra. Declaro la guerra a la madre naturaleza. Madre entre madres, dame la fuerza suficiente para completar este hechizo. Armaremos de fuerza este amuleto, que todas y cada una de mis descendientes, llevara con ella hasta dar a luz a su primogénita. Digna de averiguar la leyenda de esta maldición. Digna de despertar al amor de mi vida. Digna de su amor… ella, la única. La elegida…”


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Capitulo 1 La chica nueva

       Nunca se sabe lo que puede pasar, nunca. Por muchos planes que uno haga, no se puede. La vida da tantísimas vueltas que nunca se sabe lo que se puede esperar entre giro y giro. Yo nunca planee esto. Nunca planee terminar en el suelo de una sala cubierta de sangre y con quizás un solo aliento de vida. Nunca pensé que mi final fuera ese…
Había cambiado un par de veces de ciudad y después de que llamaran a mama “loca” en la última en la que estuvimos, preferí sugerirle una mudanza rápida, antes de que empezaran a lanzar tomates o cualquier objeto aplastante contra los cristales de la casa. Habíamos vuelto a Cerdeña, concretamente a un pueblecito llamado Sant Antonio di Santadi, en Italia. Al que no habíamos vuelto en casi diez años. Hacía mucho que la abuela nos había sugerido la mudanza, pero supongo que mama quería tener la libertad que toda hija espera tener al cumplir la mayoría de edad. Mama se resistía a admitir que necesitábamos ayuda, pero la verdad es que estaba fatal… tenia sueños y pesadillas, y yo ya no podía contenerla con la medicación, necesitaba atención medica. Sabía que tarde o temprano la internarían. Las muchas veces que había hablado conmigo en sus momentos más lucidos, decía que sabía que la encerraríamos y solo nos pedía que fuera en un lugar con grandes jardines y que al menos tuviera dos o tres fuentes decorativas. No quería una habitación acolchada, porque ella insistía en que no estaba loca, decía, que estaba enferma… y yo, ya no sabía que pensar.
Guardo pocos recuerdos de mi infancia, y de los pocos que tengo… recuerdo una vez en la que mama y yo estábamos en la cocina haciendo pasteles. Nos encantaba cocinar recetas de postres y creo… que además yo tenía un concurso en la escuela. Así que cogimos el recetario que la abuela le había regalado a mama en aquella navidad y seleccionamos unas tres recetas distintas. No teníamos todos los ingredientes, así que mama y yo empezamos a improvisar.” Un poco de esto, un poco de aquello…” de repente y mientras yo batía la masa, mama cayó al suelo y comenzó a temblar y a gritar. Recuerdo que se volcó el bote de la harina y se desparramo por el suelo, mama tenía el cabello cubierto de harina y azúcar, y los ojos puestos en blanco.
Yo solo lloraba y gritaba “ ¡mama… mama por favor… mama!” pero ella no respondía… las puertas de los armarios se abrían y cerraban como por arte de magia, las cosas se caían y se rompían… y sin más… todo volvía a la normalidad. Mama se levantó del suelo, sacudiéndose el cabello… y acicalándose el vestido. Las puertas de los armarios estaban en su posición inicial y solo había, algún que otro plato decorativo en el suelo hecho trizas…
-         Y bien Sarah, ¿por dónde íbamos? – decía, mientras recogía los pedazos de porcelana del suelo.
Aquellas situaciones extrañas, jamás tuvieron sentido para mi… hasta que volvimos a casa de la abuela. Como antes decía, estábamos en un pueblo llamado Sant Antonio di Santadi, la abuela tenía una enorme casa en el pie de un acantilado. Una bonita casa sin duda, creo que tenía unos doscientos o trescientos años aproximadamente. Parecía la típica casa de época, tenía un hermoso y amplio jardín en la entrada.  Y en el centro de ese jardín una hermosa fuente de piedra. Desde siempre aquella fuente había sido mi fuente de inspiración. Recuerdo las muchas tardes que había pasado, sentada en el banco de piedra que había justo delante de la fuente y debajo de un antiquísimo cerezo., imaginando mil historias…  Recuerdo el aroma de las tartas de moras de la abuela, las tardes paseando al borde del acantilado…. Era maravilloso estar ahí de vuelta.
Como iba diciendo, la casa de la abuela era única. Por lo que se, su constructor la creo basándose en el sueño de su amada. Solo había una casa como esa en Cerdeña. A un lado de la casa, tenía unos jardines enormes. Allí, la abuela tenía una vieja casita para las herramientas. Y unas cuerdas para tender la ropa. Recuerdo las carreras en bicicleta por aquel amplio jardín, con aquellos campos verdes. La puerta de la cocina daba a ese jardín. Ahí mismo, había un pequeño porche con un balancín. Recuerdo también las noches de verano, acomodada sobre la falda de la abuela, mientras esta me leía algún libro que llenaba de magia mis sueños. Detrás de la casa, había un pequeño estanque y unos bancos de piedra alrededor. Toda esa belleza, al borde de un acantilado. No había más casas alrededor, por lo que la abuela estaba muy tranquila allí arriba.
 Nada más llegar, el aroma del césped recién cortado nos lleno de paz y tranquilidad. El perfume del jazmín y la hierbabuena que la abuela tenia plantada por todo el jardín de la entrada, nos daba la bienvenida.
Mientras bajábamos del taxi, me quede unos minutos inmóvil frente a las puertas de aquella casa, observando detenidamente lo que había cambiado desde mi última visita. La fuente que había en el centro del jardín, empezó a echar agua y los pétalos de rosa que flotaban en su interior, empezaron a moverse. Los árboles frutales que rodeaban la casa, aun tenían algunos de los frutos madurando en ellos, desprendiendo un aroma dulzón. Algunos de los rosales de la entrada aun tenían flores, que bajo aquel cálido sol desprendían más olor que nunca… sin duda, era una hermosa bienvenida. Y entonces, de la puerta central vi salir a la abuela, salía a recibirnos, con los brazos bien abiertos y con una sonrisa de oreja a oreja.
-         Sarah, cariño.  ¡Cómo has crecido! ¡estas echa, toda una mujer! – exclamó, abrazándome.
-         Gracias abuela… veo que has encendido la fuente. Por fin la has arreglado. –dije.
-         Si, cuando supe que vendrías mande arreglarla.- dijo la abuela.
La abuela se acercó a mama y la abrazó muy fuerte, mientras le susurraba algo al oído. Entonces, nos ayudó con las maletas y empezamos a entrar en la casa. Había un gran recibidor y una chimenea en el salón. Como ya dije antes, era una casa de época hermosa y muy acogedora. Pero siempre, desde niña me había dado cierto respeto. Me asustaba andar sola por allí.
La abuela nos llevó hasta el salón donde acomodó a mama en el sillón. Mientras dejaba las maletas en el suelo, aun lado de la escalera que conducía al primer piso, donde estaban las habitaciones. Suspire fuerte, y mire hacia ambos lados de la habitación. Todo seguía igual… nada más entrar por la puerta había un pequeño recibidor, con un espejo a un lado y una mesa auxiliar bajo el, con un jarrón de cristal y un ramo de flores frescas, seguramente las habría recogido la abuela del jardín. Una vez atravesabas aquel pequeño recibidor, llegabas al salón, comedor. Donde  había un robusto mueble lacena a mano izquierda. Platos antiquísimos, formaban parte de su decoración. Frente a la puerta, una lámpara enorme. Una de esas lámparas araña, con múltiples cristales que hacían luces de colores al tocar con los suaves rayos de luz que atravesaban la ventana que había próxima a la puerta. Bajo esa enorme lámpara araña, había una robusta mesa alargada y seis sillas coronándola. Un retrato muy grande de mis bisabuelos maternos adornaba la habitación. Entrando un poco más a aquella acogedora casa y frente a mí, aquella enorme escalera de marfil blanco y de barandas robustas del mismo tono oscuro que los muebles. A mano derecha, la puerta de la cocina y en la misma pared la chimenea. Frente a ella, un sofá rojo de tres plazas y a cada lado un sillón de piel marrón oscuro. Frente a uno de los sillones, una pequeña mesita de café con la superficie blanca y las patas de madera, igual a la del resto de los muebles. Unas fotos nuestras adornaban la pequeña superficie de la chimenea. Y extremados cuadros florales, el resto de paredes de aquel salón enorme.
-         Me temo que Sarah y yo tenemos trabajo. No pude arreglar las habitaciones a tiempo, vuestras habitaciones llevaban unos cinco años tapiadas, desde aquella lluvia de piedras que hubo tan fuerte y rompió todas las ventanas. Mande arreglarlas ayer, en cuanto Sarah me llamó, y los chicos del pueblo vinieron hoy mismo a tomar medidas. Pero no estarán listas hasta mañana. –dijo la abuela.
La abuela, era una mujer muy trabajadora. Desde que tengo uso de razón, la recuerdo siempre yendo de aquí para allá. Trabajando en el campo que había al otro lado de la casa, donde tenía un pequeño huerto. Siempre sola, pues mi abuelo la abandonó al poco de nacer mama y sin saber si quiera, que la abuela estaba embarazada de nuevo. La pobre tuvo que criar ella sola a mama y al tío Franco. Mama se casó y pronto se marchó de casa, pero el tío Franco iba y venía. Muchas veces aparecía sin más y se quedaba una larga temporada. Otras veces desaparecía durante meses y la abuela no podía contar con él.
La abuela ya había cumplido sus cincuenta y siete años, pero se mantenía muy joven. Llevaba el cabello corto y se había hecho mechas algo más claras a su color original, castaño oscuro. Era una de las pocas personas de la familia que tenía los ojos azul claro. A pesar de su edad, aun mantenía un bonito tipo. Parecía una versión más joven que mama… digna de admirar. Los miércoles de todas las semanas, cogía una vieja camioneta que guardaba en el garaje, que había junto a la entrada y se iba al centro de la ciudad, donde montaba una pequeña tienda de frutas y verduras.
-         No importa abuela, podemos dormir aquí. –dije.
-         Perfecto. De todos modos, subiremos vuestras cosas arriba para que tengáis mas sitio aquí.-dijo, cogiendo una de las maletas ella sola y subiéndola arriba.
La seguí, y eso hicimos. Subimos las cosas y las dejamos más o menos en cada habitación.
La planta de arriba era muy grande. Al subir las escaleras te encontrabas en una especie de pasillito que conducía a las habitaciones. A mano izquierda, la primera habitación que había era la habitación de la abuela. Una amplia habitación, con un baño para ella. Avanzabas un poquito y topabas con la que era la habitación de mama, desde que era una niña. La abuela la había mantenido tal y como la dejo mama, hacia casi veinte años. A mano derecha, estaba la habitación del tío Franco. Al lado de esta, había una habitación muy grande donde la abuela había puesto los trastos viejos. La tabla de planchar etc.… frente a esa habitación, había un cuarto de baño enorme, y al final del piso, mi habitación. La más bonita de todas y la más grande. La abuela había comprado muebles nuevos para mi habitación, de un tono muy claro. A un lado había un enorme armario empotrado, y el resto de paredes eran estanterías que llevaban hasta el final de la habitación que hacia una forma circular, donde todo eran ventanas. Bajo las ventanas selladas por cartones, a la espera de las nuevas. Había un enorme escritorio que hacia la misma forma que el suelo de la habitación. Lo único más antiguo, era la silla del escritorio. Había una colcha nueva sobre mi nueva cama y estores para las ventanas del mismo diseño a la colcha. Me encantaba mi nueva habitación…
La abuela me dijo que no me preocupara que ella se encargaría de la venta del piso que habíamos dejado en Barcelona y de mi estancia allí. Esa misma tarde iría a matricularme al instituto y de las cuentas y demás… simplemente me dijo, “déjamelo a mí”. Aquella tarde mientras la abuela paseaba por los jardines con mama, empecé a acomodar mis cosas en mi nueva habitación. Adoraba las vistas de aquella habitación… quite, con cuidado uno de los cartones y contemple lo que tal vez sería mi futuro… mi vida allí. La posición de mi habitación, me permitía ver las vistas de la parte trasera de la casa y las laterales. Y justo debajo de la ventana que había junto a las estanterías que se extendían desde la puerta de la habitación, la abuela había puesto unas piezas de madera para las enredaderas….algo parecido a unas escaleras… si alguna vez, tenía que escapar de allí, lo tendría chupado.
¡Ah! sin duda, aquel lugar era muy tranquilo y a mama le haría mucho bien. Pero una parte egoísta de mi, echaba de menos Barcelona. Las tiendas, el movimiento, el estrés de la ciudad… mis amistades… en fin. Podía considerarse que ya no tenía nada de aquello… tenía que aceptar el cambio, y cuanto antes, mejor.
La mañana siguiente, vinierón a colocar las ventanas nuevas. Eran dos chicos jóvenes muy guapos. Uno de ellos sería mayor que yo, pero el otro parecía de mi misma edad. Era guapo, moreno con los ojos pardos y con una espalda muy ancha, seguramente estaría en uno de esos clubs de natación. Los chicos subían las escaleras y bajan, subiendo las ventanas y demás… cuando la abuela se me acercó…
-         ¿Has visto que guapo? Se llama Paolo y el también va al instituto. –insinuó la abuela.
-         Abuela… te conozco bien… -dije.
Dicho esto, la abuela se acercó a él y comenzaron a conversar sobre el instituto y la gente del pueblo. Hasta que llegó a la conclusión…
-          ¿Paolo, verdad que aun vas al instituto? –dijo la abuela, mirándome de reojo.
-         Si, aunque este año ya empiezo en la universidad…-comentó, Paolo.
-         ¡Vaya! ¿has visto Sarah? Paolo es un universitario… -dijo la abuela…
Hice una mueca y me encamine hacia la cocina para salir por el porche hacía el jardín principal… una vez allí, me acomode en mi antiguo lugar de reflexión. El banco de piedra frente a la fuente y bajo el cerezo milenario… una vez allí, abrí mi libro e intente huir de las intenciones emparejadoras de la abuela…
-         Pues podríais ir juntos, puesto que el campus de la universidad esta compartido con el instituto... además ya han empezado las presentaciones del curso, instituto nuevo… gente nueva… estará pérdida en aquel lugar… quizá, podrías… - insistió la abuela.
Cuando ya estaba sumergida en mi libro, vi salir a la abuela y al chico. Ambos se dirigían hacia mí…
-         ¡Hola! ¿ya te has matriculado? Las clases empezaron este miércoles…– dijo el muchacho mirándome…
-         Aaa… -balbucee, sin saber de que hablaban.
-         Sí, pero como Sarah viene de Barcelona la escuela le ha dado unos días para que se asiente al traslado. – continuo la abuela.
Lo odiaba, odiaba eso de la abuela. Siempre intentando emparejarme con todo el mundo. Siempre que la llamaba por teléfono y le preguntaba “abuela ¿Cómo estás?” me respondía, “ deberías buscarte un novio así… asa… porque aquí, hay unos chicos… muy majos porque no sé qué, porque no sé cuantos…” odiaba rotundamente esa característica de la abuela…
Aquel pobre muchacho no sabía dónde meterse, intentaba ser amable dándome conversación, pero por su aspecto adivinaría que ya tenía pareja y que sería una animadora pija de bonitos pechos y con cara de muñeca de porcelana. No sería para nada una niñita de cabellos largos y lacios con los que se escondía la cara para que nadie se diera cuenta de que existía cosa tan horrible y fea como yo…
-         Abuela… seguro que ya tiene planes, ya nos veremos por allí. – dije, escondiendo la cabeza en el libro.
Dios mío, como lo odiaba… siempre tenía que acabar ocultándome… a veces incluso acababa escondida en lugares extraños, donde no pudieran verme… y la abuela seguía, con su “pata chin, pata chan”.
Finalmente se marcharon y yo seguí ahí fuera, en aquel banco de piedra al que tantas veces había añorado en Barcelona. Y es que la ciudad es estupenda… pero, ¿Dónde quedaba la tranquilidad? No  había lugar de Barcelona donde me sintiera tan… tan en mi mundo, como allí. Aquel lugar mágico, bajo la sombra mágica de aquel antiquísimo cerezo… tan cerca de aquella fuente de piedra…
Nuevamente me sumergí de cabeza en mi libro… cuando oí…
-          Hasta el lunes, Sarah!-dijo Paolo, despidiéndose con la mano.
Levante la vista, y asome hasta la nariz por encima del libro, ocultando mí sonrojada cara…
-         Ha... hasta pronto… Pa Pa… Paolo. – tartamudeé.
Este se marchó, seguramente pensando… que chica tan fea… que chica tan tímida. Hasta que  caí en la extraña coincidencia… “hasta el lunes”… ¿hasta el lunes? Corrí hasta la casa y le supliqué a la abuela que me explicará todo lo que había pasado…
-         Nada, simplemente le he pedido que te acompañe el primer día… es solo para que no te pierdas. Hablé con tu profesor de autoescuela de Barcelona, gracias a unos hilitos que ha movido tu abuela, ya podrás conducir. –comentó.
-         Pero abuela, estamos en Septiembre… casi queda un año para mi cumpleaños. – dije asombrada y contenta…
-         Si, lo sé… pero si me tengo que hacer cargo de tu madre, no puedo andar haciendo viajes arriba y abajo. Tendrás que elegir que coche quieres llevar, puedes llevarte el mío. –dijo.
-         ¿tu coche, abuela? - pregunté… mientras miraba en un lado de la verja una tartana de color azul cielo que naturalmente era el coche de la abuela y por otro lado un cochecillo rojo con la pintura un poco desconchada, que había sido el viejo coche de mama. – me llevare el de mama… si es que aun funciona. –dije.
Aún me quedaban unos días antes de empezar las clases, así que estuve ayudando a la abuela con las cosas de la casa. La acompañe al jardín, donde tenía el lavadero, las cuerdas de tender y a lo lejos aquel viejo cobertizo del que os hable antes. Estaba algo más desolado y abandonado, de lo que recordaba… Recogimos las ropas del tendedero, entre las que estaban las sabanas para mi cama y la cama de mama. Ayudaba a la abuela a subir la cesta con la ropa, cuando tope con un retrato que había cerca del pie de la escalera en el primer piso. Un retrato curioso… por su aspecto, podría decir que era antiguo y aquel hombre… no se parecía a nadie que yo conociera.
-          Abuela, ¿Quién es? – dije señalando el retrato.
-         Ah! Este retrato… formaba parte de una bonita historia de amor… ¿quieres que te la cuente? – dijo la abuela, mientras doblaba las sabanas sobre un baúl que había frente a las escaleras. – Pues veras, este joven y apuesto muchacho se llamaba David Villa. Él fue quien mandó construir esta casa hace más de trescientos años. La construyó para su amada Giselle, una antepasada nuestra.
-         ¿Por eso está dedicado a ella? – pregunté, fijándome en los detalles de aquel retrato.
Había una pequeña inscripción que decía así “con gran deseo te amaría, y aunque mi ausencia me prive de ello, eternamente seré tuyo. David.” Y en el marco muy pequeño se podía leer propiedad de Giselle Bigliotti.
-         Si… David, lo habría dado todo por poder pasar su vida con ella…. Ah… -suspiro.- Pero no pudo ser. El destino les tenía algo preparado, que cambio sus planes por completo.
-         ¿Qué paso? ¿no acabaron juntos, o algo así? –pregunté.
-         Pues no, una noche de verano David desapareció sin dejar ni rastro. Por más que lo buscaron no hallaron respuesta. Y lo más curioso, es que la misma noche en la que él desapareció, todo el servicio amaneció muerto. –risas.-  no te asustes mi niña, es tan solo una historia…
-         Pues vaya una historia de amor… -dije, enfadada.
-         No, la verdad es que esa parte es más bien horrorosa. Lo bonito de esta historia, es que años después regreso para pasar los últimos días de vida con ella. –dijo, dándome la ropa para mi habitación.
-         Vaya, así que… desaparece ¿y regresa cuando va a morirse? Vaya una gracia… abuela.-dije.
-         No, no… Cuando David regresó, no había envejecido nada. Giselle ya tenía cerca de ochenta años y una enfermedad que la llevaría a la muerte en muy poco tiempo. Sin embargo, eso no separó a David de su amada esposa. Se quedó junto a ella hasta que su corazón dejo de latir. –dijo la abuela.
Empezamos a entrar en las habitaciones, y a guardar la ropa en los armarios…
-         Pero… ¿abuela, como es que no había envejecido nada? ¿Qué quieres decir?- pregunté…
-         Veras, ahora es cuando te ofrezco la oportunidad de revelar el mayor secreto jamás guardado de la familia. Si lo aceptas… y lo resuelves, quizá se abra ante ti, un mundo lleno de cosas increíblemente sorprendentes. No te conformes con lo que todo el mundo conoce, Sarah. Tú puedes llegar más allá.
En aquel momento no entendí lo que quería decirme, lástima. Me habría ahorrado muchos dolores de cabeza… Me quede inmóvil, observando detalladamente aquel extraño retrato que había despertado cierto interés en mí, aquellos ojos dulces y azules parecían hipnotizarme. Desde ese instante cada rato que me libraba de la abuela, subía y me pasaba horas frente a él, observando cada detalle, cada indicio de que aquel hombre tan extraordinario había existido. Pero… ¿Qué le habría sucedido? Cuando finalmente me decidí, quería saber más de él. Así que le cogí el coche a la abuela… mientras el mecánico arreglaba algunos detalles del viejo coche de mama y fui al pueblo. Entré en una pequeña oficina, la cual tenía un cartel que decía…
“Si quiere conocer la vieja historia, la vieja historia le aguarda aquí” tenían enormes libros de unas mil o dos mil páginas. El olor de aquella tienda, quizá despertaba en muchos el olor a su niñez, o simplemente recordaba el paso del tiempo. Era una tienda muy pequeña, a simple vista había un mostrador. A un lado de este, una pila de viejos libros apilados  uno encima del otro, no se podía ver si había alguien ahí. Lo demás, eran estanterías llenas de libros, paredes llenas de libros, y un techo al que se le caía la pintura… o el techo entero… según se mire.
-         Buenas tardes… - dije, acercándome al mostrador.
Y una ancianita con un moño blanco y cara de pocos amigos me miró con unos ojitos pequeños y brillantes…
-         ¿Qué desea? – preguntó, con voz de mal gusto.
-         Busco… información…- dije.
-         ¿Ah sí? ¿Qué clase de información? – preguntó, saliendo de detrás del mostrador.
-         Quisiera saber más acerca de la construcción de la vieja casa de Villa Lou.
-         ¿Villa Lou, eh? – dijo, aproximándose a mí.
Cuando se me acercó, aquella mujer no mediría mucho más de un metro treinta o cuarenta. No es que yo sea muy alta pero mido un metro setenta y dos aproximadamente y aquella mujercilla me llegaba por la cintura o poco más…
-         ¿Quién eres, si puede saberse? – preguntó mientras buscaba mis ojos…
-         Soy la nieta de Rosalía, la propietaria de la casa. – dije.
-         ¡Ah! Claro... entiendo. Acompáñame… - dijo, mientras me llevaba cerca del mostrador donde había una cortina roja. – pasa, pasa… - continuó… - hace unos años tu abuela encontró ese viejo retrato en el desván y ella misma también vino buscando información. Y se llevó… - dijo haciendo fuerza intentado sacar un libro. – se llevó este diario. Perteneció a Giselle Bigliotti, la joven a quien pintaron aquel retrato, la esposa de David y tu familiar más lejano.
-         ¿en qué año se edificó aquella casa? –dije, mientras aquella mujer rebuscaba por las estanterías.
-         Pues yo diría que la edificó en el año 1694 o 1692. Según se mire, tardo unos dos años en acabarla. Y recién la acabo, se casó con Giselle y se trasladaron a ella. No tuvieron hijos, que el conociera claro. Pues poco después de su desaparición, Giselle dió a luz a un hijo del cual no se sabe nada de él y no se conoció el paradero.-dijo, volviéndose a mí.
-         ¿Cómo? ¿desapareció? – pregunté.
-         Bueno, entonces todas las grandes casas y la gente que tenía dinero, tenían esclavos. La familia Villa entonces, y no te hablo solo de David eran unos pocos de los que siempre luchaban por la libertad de estos. Decían que para ellos eran personas trabajadoras y que tenían derechos humanos como los demás… así que ellos no los trataban como esclavos. Les permitían tener una vida normal, y además les proporcionaban una casa para ellos o unas salas tan grandes como un piso, de los que se venden ahora. Con todos los detalles, y arreglados claro… -dijo, entregándome más libros.
" ¡Claro " pensé. Y recordé, que donde ahora esta aquel pequeño estanque y los bancos de piedra, había visto fotos de la abuela donde tan solo quedaban restos de algo que se había caído en ruinas.
-         ¿Entonces…? –pregunté.
-         Bueno, pues se llego a decir, que Giselle nunca mostro ese hijo a la luz, porque mientras David trabajaba ella había tenido un idilio con uno de los esclavos. Y cuando este se entero peleo con él, hasta que ambos se hirieron y murieron. Giselle tuvo que contratar a más esclavos después de su desaparición, con la condición de que jamás hablarían de su hijo. Ah! Y cuando llamo a la policía, dijeron que la casa estaba cubierta de sangre y que tan solo hallaron muerte pero ni rastro de David. Dijeron que David se había ido para ocultar la verdad al pueblo, para no decir que el, contrario a su familia castigaba a los esclavos con la muerte si era necesario. –dijo, volviéndose nuevamente hacia mí.
-         ¿Dónde ha sacado tanta información? –pregunté, sorprendida.
-         Toma, llévate este también. Aquí habla de la construcción de la casa y de lo sucedido después de su desaparición. Un periódico del pueblo, hizo un especial explicando la vida de las dos familias antes de su boda, y de todo lo sucedido después de ella. –dijo.
-         ¿Cuánto…? –pregunté.
-         No me debes nada, solo te pido que cuando acabes con ello, lo traigas aquí. Parece una tradición de este pueblo… -dijo, acompañándome hacia la puerta.
-         ¿Qué? –pregunté.
-         Que todo aquel que viene a instalarse aquí, pregunte por esa casa. Y su historia… -dijo.
Me marché a casa con aquellos libros, con la sensación de que algo no encajaba en la historia que aquella mujer me había explicado. No podía ser, ¿porqué un hombre tan maravilloso podía acabar con la vida de sus sirvientes? Si tanto amaba a Giselle, no creo que esta le fuera infiel… ¿Qué paso con el hijo que tuvieron? ¿A caso era mulato? Y ella… claro para ese tiempo, no quería que este fuera reconocido como el hijo bastardo… que historia, dios mío. ¡Qué historia!
Cuando llegue a casa, le mostré a la abuela los libros que me habían dejado. Y sonrió, mientras me explicaba que ella cuando encontró aquel retrato, también hizo lo mismo. Salvo que nunca le dejaron todos esos libros…
-         Este… no me lo dejo. Ni si quiera conocía su existencia. – dijo extrañada, mientras observaba las tapas de cuero negro de aquel libro.
-         Si quieres, léelo tú mientras yo leo este. – dije.
-         Veras, llegó un punto que esta historia llego a ser una adicción para mí. Busqué información por todo el pueblo… y no halle nada. Hizo daño a mi salud… te recomiendo precaución Sarah, no quisiera ver que a ti te sucede lo mismo. Veo que la señora Adello ha sido muy amable, ¿no? –dijo.
-         Si… ¡ah! Y tranquila abuela, tan solo es un juego. –dije, confiada en mi misma.
-         Sí, pero aun así ten cuidado. – dijo mientras entraba a la cocina para servir la cena.
Tan solo me quedaba un día de descanso, antes de empezar las clases. Cuando ya me había devorado ambos libros. Uno de ellos, era el diario secreto de Giselle. Ahí hablaba de sus miedos estando con David, del carácter de este, de su  sonrisa… tan solo consiguió enamorarme aún más. Incluso estaban anotados los poemas con los que este la conquistó. Y los detalles que tuvo con ella la noche de bodas, cuando perdió la virginidad con él. Después, hablaba de la soledad y el vacío que le había dejado su desaparición. De las noches que lo aguardaba sentada en el banco de piedra del jardín, esperando su regreso… regreso que no menciona. Habla del nacimiento del fruto de su amor, pero no detallaba como era o cómo lo llamó... Pero, tan solo con esa información sabía que ese niño era hijo de David. Decía que años después se volvió a casar, porque había perdido toda su fortuna en encontrar a David. Y que el hombre con el que se casó, le dió dos hijas y un hijo más. Habla de ellos, de cómo una de sus hijas murió en el mar, cuando estaba de crucero  o algo así. Pero nada más… no habla del regreso de David… así que, recordé la historia de la abuela. Ella dijo que años después regresó, y no había envejecido. ¿Cómo era posible?
-         Abuela… he acabado los libros. – dije entrando en la cocina...
-         ¿Sí? Y que, ¿has averiguado algo? – dijo mientras seleccionaba unas moras de una cesta de mimbre, iba a hacer una tarta.
-         Tú dijiste, que él regresó. Regresó para despedirse de ella… y no había envejecido. ¿Dónde sacaste esa información? Y… ¿Cómo es posible?
-         Bueno… - empezó a reír.- veo que no se te escapa una. Esta familia guarda muchos secretos, desde el comienzo… Y bueno, en cuanto a cómo encontré la información, te diré. Que esa historia de amor, sucedió aquí. Y que encontré una pista en el cementerio. – dicho esto, salí corriendo hasta el coche y corrí hasta el cementerio.
Al llegar allí, no vi nada extraño. Quizá había más lápidas de esas de suelo, que en el cementerio de Barcelona… pero… nada más. ¿Que tenía que buscar? Había un hombre, que estaba cortando el césped y me miró, extrañado.
-         ¿Puedo ayudarla? – dijo.
Mientras arrancaba unos hierbajos cerca de la verja.
-         Bueno… busco… a Giselle Bigliotti.-dije.
-         ¡Ah! Es usted nueva en el pueblo, ¿verdad? – dijo poniéndose en pie, frente a la entrada de la verja.
-         Si…- dije, cogiéndome fuerte a los barrotes.
-         Ya. Siempre pasa lo mismo. – dijo mientras me abría la verja y me daba paso.
-         Bueno, soy la nieta de Rosalía, la propietaria de Villa Lou…
-         ¡Ah! Así que estas buscando información de tus antepasados. – dijo quitándose la gorra y los guantes de jardinería.
-         Si… algo así.- dije.
-         Bueno, pues sígueme. Te mostrare las lapidas de Giselle, de David, de Zacarías…-comenzó…
-         ¿Zacarías? – interrumpí.- es el…
-         Si, el hijo ilegitimo de David y Giselle. – dijo.
Me quede paralizada… Zacarías… seguramente abría una inscripción en su lápida…
-         ¿Cuando murió? – pregunté.
-         Nada más nacer… cuando la mujer dió a luz, ya estaba muerto. – dijo.
Dios mío, por eso Giselle solo hablaba de la soledad… por eso no hablaba del bebe. Al que llamo Zacarías, como al padre de David. Pero entonces, la mujer de la librería me mintió. Ella dijo que habían contratado a mas sirvientes a los que hizo jurar que jamás hablarían del bebe fuera de la casa… entonces llegamos hasta la lápida de Giselle.  Había muerto con setenta y nueve años, y en su lápida decía... “Con gran deseo te amaría, y aunque tu ausencia me prive de ello, eternamente seré tuyo” esas palabras… me quede pensativa durante unos minutos y entonces, aquel hombre dijo…
-         Si, el mando que tallaran esa inscripción.-dijo.
-         Pero… ¿Cómo? Si él había desaparecido… y si ella tenía setenta y nueve años… el, para entonces ya tendría ochenta y dos…- dije, seguía sin entender nada.
-         Ese es el secreto de las dos familias… secreto, que jamás desvelaron la verdad.-comentó.
-         ¿Donde está enterrado David? –pregunté.
-         Acompáñame. Años después de la muerte de Giselle, la familia Villa mandó construir un mausoleo para David. Muy bonito… está al final del cementerio. Puedo mostrártelo, tengo las llaves. Ya hace unos cinco años que nadie viene a limpiarlo. Quizá, quienes guardaban el secreto ya han muerto… ahora lo cuido yo. –comentó.
-         Claro… gracias.-dije.
Estaba emocionada. Parecía increíble que mi familia ocultará una historia que se había convertido en leyenda. Todo el pueblo conocía la leyenda… ¿cuál sería aquel secreto, que mandó a la familia a ocultarlo durante tantos años?
-         Bien, aunque antes te mostraré las otras lápidas. –dijo, llevándome por aquel sombrío cementerio.
-         ¿Otras? Dijo que me mostraría la lápida de Zacarías. – dije.
-         Sí, pero también está la lápida de Eduardo y la de su familia. –comentó.
-         ¿Quién…? –pregunté.
No tenía ni idea de quien eran aquellas personas. Desde niña, he tenido poco roce con la familia. Podría decir que no conozco a ningún familiar de la parte de mi padre. Y de la familia de mama… he visto fotos de mis bisabuelos y de los padres de estos… pero, no sé si tengo primos. Hace años que no veo a mi tío Franco… y esa gente, pertenecía a mi historia… y desde hacía apenas una semana no tenía ni idea de su existencia.
-         Eduardo, fué el siguiente barón al que dió a luz Giselle. Más tarde, dió a luz a gemelas. Una de ellas, Elena. Murió en un accidente en el mar. Y Elisabetta que supuestamente viajaba con  ella, desapareció. Ambas eran hijas del Barón de Figuerolli. Pobre Elena… se ahogó y tardaron unos días en recuperar su cuerpo. –comentó.
-         Dios mío… ¿nunca se supo nada mas de Elisabetta? – pregunté.
-         No, nada más… aunque lo más seguro es que desapareciera en el mar. –dijo.
-         Pobrecitas… vaya destino….-pensé, en alto.
-         Quizá se tratase de alguna maldición de las Bigliotti… - dijo, mientras sonreía.
-         Cuanta información… - pensé, en alto.
Aquel hombre empezó a reírse.
-         Cuando quieras, puedes venir. Yo siempre estoy solo, y no me importaría recibir más visitas… puedo hablarte de la historia de este pueblo, que está enterrada aquí… así que…-comentó.
-         Muchas gracias. –dije.
Entonces nos detuvimos, y frente a mi había una lápida, pequeñita. Decía Zacarías “Aunque poco amado, jamás serás olvidado” 1796. Y sobre las palabras dos retratos, uno pertenecía a David y el otro a Giselle.
-         Es curioso… - dijo aquel hombre.
-         ¿Curioso? ¿Qué? –pregunté.
-         Tú te pareces mucho a ella, ¿no crees?-comentó.
Entonces mire aquella fotografía detenidamente, y vi alguna similitud, pero sin duda ella era más guapa. Ya se hacía tarde, y pensé que sería mejor regresar.
-         Disculpe, no me ha dicho como se llama. – dije, volviéndome hacia él.
-         ¡ah! Soy Tom, Tom Darsi. – dijo, estrechándome la mano.
-         Encantada Tom, yo soy Sarah… me gusta mucho la visita, turística que hacemos. –reí.- pero se hace tarde y mañana tengo clase. ¿le importaría que lo aplazáramos hasta otro día?
-         Claro que no, los muertos no se van a ir –sonrió.
-         Muchas gracias por todo, buenas noches...– dije mientras, empujaba la verja para salir.
-         Buenas noches, y dale recuerdos a Rosalía – dijo, mientras cerraba con candado.
Regresé a casa, la abuela había empezado a poner los platos de la cena, sobre la mesa y empezaba a impacientarse de mi ausencia. Mama me esperaba ya sentada, parecía que por fin le hacía efecto la medicación.
-         Buenas noches. – dije acercándome a mama y dándole un beso en la mejilla, me acerqué a la abuela e hice lo mismo, y  cogí un plato que tenía en las manos y lo lleve a la mesa.
-         Pareces contenta… ¿Qué ha pasado? – dijo la abuela, con rin tintín.
-         Pues fui al cementerio, y… por cierto abuela Tom Darsi te envía recuerdos. Pues… me he enterado de muchas cosas, abuela ¿sabías que David y Giselle tuvieron un hijo? Y que murió al nacer ¿? Pobre Zacarías, seguro que era muy hermoso… había una fotografía de ellos en su lapida… - dije sin parar, mientras me metía la verdura en la boca, como si el mundo fuera a terminar.
-         ¿Quieres masticar con la boca cerrada?- dijo la abuela enojada.
-         Déjala mama… nunca la había visto así de contenta. – dijo mama. Ella sí que parecía contenta… después de mucho, por fin la veía sonreír. – me recuerdas mucho a tu padre… la pasión que dedicas a las cosas… es maravilloso, hija. Ojala desveles pronto el misterio.
-         Gracias mama… - dije, mirándola con mucho cariño.
-         ¿Un hijo dices? – interrumpió la abuela.
-         Sí, eso me dijo el señor Darsi… entonces caí en la cuenta… “Eduardo, fue el siguiente barón al que dió a luz Giselle. Más tarde… Elena y Elisabetta fueron las gemelas que tuvo Giselle con el barón de Figuerolli… más tarde… pues claro, Eduardo… ¿de quién era hijo?
-         No lo sabes, ¿eh? – insistió la abuela.
-         No… no lo entiendo. Si Giselle dió a luz a Zacarías y este estaba muerto, y David desaparecido… ¿de quién es hijo Eduardo? –pregunté, totalmente perdida.
-         Ahí lo tienes… - dijo la abuela, mientras se levantaba a por la jarra del agua.
-         A veces la respuesta más complicada, es en realidad la más simple… - dijo mama.
-         Si… pero esto me sobrepasa…- dije jugueteando con el puré de patatas.
-         Bueno, será mejor que comas bien. Mañana será un gran día, Paolo vendrá para llevarte a clase… dime ¿qué ropa piensas llevar? – preguntó la abuela.
-         Abuela…-dije. Ya estaba ella, sacándome de quicio…
Por mucho que me incordiara, tenía razón… Paolo vendría a buscarme. Tenía miedo… y pensar que dependiendo de mi entrada con él, marcaria una pauta de mi inicio en el nuevo instituto… a pesar de que estaba muy cansada no conseguía conciliar el sueño. Tumbada sobre aquella vieja cama, enterrada completamente bajo  las sabanas de color naranja, a juego con el edredón y demás… tumbada del revés, mirando al cielo fijamente… que noche más maravillosa… si no fuera por lo demás…podría haber disfrutado de esa imagen. En Barcelona no podía ver noches tan maravillosas como esa. La última vez que contemple una noche así, estaba en una casita que teníamos en arbórea, cerca del puerto. Allí junto a papa… en el porche, pudimos contemplar la noche más hermosa que conservaba en mis recuerdos… poco después vino la marcha de papa… y la mudanza… en Barcelona solo podía ver edificios y carteles fosforescentes… no había magia en el aire… Italia… Italia es tan mágica que es capaz de envolver de magia hasta el ambiente más revuelto… cerré los ojos y me deje llevar...
Cuando empecé a investigar sobre David y la leyenda de la familia, no sabía realmente donde me estaba metiendo. Aquella noche,  empezaron las pesadillas…

“Abrí los ojos y me encontré en la cama. La habitación estaba distinta… las paredes estaban vacías de mis apreciadas estanterías, donde había acomodado todos mis libros. Me encontraba en una cama pequeña de color blanco. Las sabanas y el edredón eran de color azul cielo. Y las paredes estaban forradas de un viejo papel azul claro. Había una cuna pequeña a los pies de la cama y un armario pequeño. Las cortinas blancas que cubrían las ventanas se movían a causa de una leve brisa marina que azotaba suavemente a la casa. Me asomé por una de las ventanas y vi un pequeño edifico, justo en la parte trasera de la casa. Había caballos, cerca del cobertizo y gallinas en un pequeño corral a los pies de los campos de viña. ¿Dónde estaba? Salí de la habitación, miedosa y confundida. La casa había cambiado levemente su decoración. Y aun podía sentirse el aroma de la madera nueva de las vigas... entonces me di cuenta de que estaba en el pasado. Baje las escaleras hasta el salón, donde también estaba todo bastante cambiado. Salí al jardín principal donde pude apreciar por primera vez en mi vida, la paz y la belleza de la naturaleza. A pesar de que la abuela cuidaba con gran esmero de los jardines de la casa, no tenían nada que ver al estado en el que se encontraban entonces. El dulce aroma del cerezo abanicaba mis mejillas, dejándome prendada de un sueño tan maravilloso como dulce. Cuando estaba disfrutando de la casa y del jardín lateral, visitando a los caballos. Unas nubes negras empezaron a cubrir la claridad de aquel maravilloso cielo trescientos años atrás. Se aproximaba una horrible tormenta y corrí hacia la puerta de la cocina para cobijarme. Pero la puerta estaba cerrada o bloqueada y no podía entrar. Corrí hasta la puerta central y nada más entrar patine. La casa estaba a oscuras y apenas podía ver nada, ¿Qué era aquello, con lo que había resbalado? Vestía un camisón claro muy fino, de verano. Y rápidamente, mientras me intentaba reincorporar empecé a sentir una sensación de mojado. " ¿Agua?" pensé. Toque con la palma de la mano, un lado del suelo con el que había rebotado mi trasero. Levante la mano hacia la poca claridad que entraba por la puerta, cristalera de la entrada. " ¡¿Sangre?!" Dios mío, había resbalado a causa de un enorme charco de sangre. ¿Qué estaba pasando, ahí? Me puse en pie, rápidamente y entonces oí pisadas, que provenían del primer piso. Dios mío, estaba aterrada… ¿Qué estaba pasando? ¿Qué podía hacer yo? Pasos en la escalera… alguien bajaba. Me escondí en uno de los laterales del recibidor, contuve la respiración durante unos minutos… hasta que asome la cabeza y vi algo relucir, bajo la poca claridad que atravesaba aquella puerta, junto a mí… " ¿un arma?" alguien llevaba un arma… dios mío… cerré los ojos con fuerza… y”
"Ring, ring, ring..."  “¡maldito despertador!” pensé. Abrí los ojos y me di cuenta de que seguía en casa de la abuela. Todo estaba en su lugar… ya era lunes  y tenía que ir a clase… Y entonces me fijé en el despertador, ¡dios mío! ¡Ya son las ocho!! Paolo me recogería en media hora. Me levante de un salto, y me lancé a la ducha de cabeza, me enjaboné rápidamente y salí corriendo, aún me estaba secando el cabello cuando oí el sonido de un claxon.
-         Sarah, Paolo ya está aquí. – anunció la abuela desde el pie de la escalera.
-         ¡Ya voy! – grité, y aquel dichoso cabello encrespado no había manera de ponerlo bien… “¿Qué voy a hacer?” pensé…
En breve conseguí alisarlo… claro está, con la ayuda de mama que vino a socorrerme en el último momento.
-         ¡Gracias mama! – grité, mientras bajaba corriendo.
Me había vestido de la manera más habitual, solo que mama me había ayudado con el cabello… menos mal. Os propongo esta imagen… me puse unos pantalones un poco acampanados y desgastados, que había comprado en las ultimas rebajas en Barcelona. Eran de color azul tejano, y los acompañe de mis deportivas blancas… bueno… ya no están muy blancas que digamos… y una camiseta fina de color rojo con capucha, con el cuello en forma de pico y algo arrapada. Con la chaqueta tejana bajo el brazo y la mochila azul Adidas, colgada del otro brazo. Cuando bajé, la expresión de la abuela y la de Paolo… me dejó bien claro que no era del todo lo que esperaban.
-         ¿Qué pasa? Me he dormido… - dije, mirando a la abuela.
-         Bueno, portaos bien… - dijo la abuela.
Y nos fuimos hasta su coche, tenía un Fiat punto nuevo… si tenía que tener algo claro, es que su ocupación, como ayudante en la instalación de ventanas… era o porque le había castigado papa o simple afición….
-         A mí me gusta. – dijo, mirándome con media sonrisa.
-         ¿En serio? – dije, agachando la cabeza, roja como un tomate. Mientras me metía en el coche.
-         Si, allí en Barcelona… las mujeres visten así, ¿verdad? Me refiero a las europeas… - dijo, mientras se ponía el cinturón.
-         Si… bueno, Barcelona es una ciudad muy grande… la gente viste de muchas formas. Hay gente… que parece haberse levantado y haberse puesto un trapo como vestido, sujeto por unos imperdibles… luego hay mujeres que se nota que necesitan unas dos horas para prepararse… no se… - dije, mirando hacia ambos lados del coche, acicalándome el cabello.
-         Aja… ¿y tú? Cuando no te duermes, ¿tardas mucho en arreglarte? –dijo, picaron.
-         Bueno… yo… soy bastante… sencilla. No necesito tanto…-dije, muy cortada.
Dios mío, ¿Por qué preguntara esas cosas? Qué vergüenza….
-         Menos mal… estaba pensando, que si tardabas tanto y te pedía una cita este viernes… o tendríamos que quedar muy tarde o tendrías que faltar a clase por la tarde… - dijo arrancando el motor.
Una sensación de nerviosismo y miedo recorrió mi cuerpo como un  escalofrío…
-         Aah… - balbucee… – ¿una cita?... eh… -dije, nerviosa.
-         Vaya, perdona… no te pregunté si tenias novio… no quería entrometerme… lo siento… - añadió.
-         No... no… tranquilo... no te entrometes, y no... no tengo a nadie... – añadí…
Si hubiese podido verme, a mi misma me hubiera parecido vomitiva. Allí estaba yo, con un chico guapísimo al que al parecer le interesaba, balbuceando palabras como una niña y roja como un tomate.
-         ¿Y bien? ¿quedamos entonces? ¿te gustaría? – continuó.
-         Bueno… si no… no tiene inconveniente tu novia… - dije.
-         ¿Novia? ¿yo? ¡Ja! … que graciosa eres… -dijo, riéndose. Aunque parecía incomodo. – yo no tengo novia… no soy de esos…
-         ¿De esos...? ¿de cuáles?-pregunté.
Hacia tan solo unos minutos que nos habíamos empezado a conocer y ya podía calar de qué palo iba el tal Paolo. “no era de esos” ¿Qué demonios quería decir eso? ¿Qué era de los que iban de flor en flor, o algo así? Qué asco…
-         De los que solo salen con una chica, veras. – dijo mientras aparcaba el coche, ya habíamos llegado. – yo no soy un chico que se conforme con una sola chica. Tú vienes de Barcelona, estoy seguro de que me entiendes. ¿Por qué debería conformarme con estar con una chica, pudiendo estar con todas?
Me sentí tan indignada, creo que mi cara lo dijo todo. Me desabroche el cinturón y salí del coche. Paolo, hizo lo mismo y mientras me dirigía hacia el interior del instituto, me paró cogiéndome del brazo.
-         Espera… no quería incomodarte. Es evidente que no piensas como yo… - dijo, mientras iba saludando a la gente que como yo se dirigía hacia el recinto.
-         ¿Qué quieres? ¿Qué te de las gracias por traerme? Gracias… - dije, y continúe mi camino.
-         No... espera – volvió a detenerme. – quería disculparme... oye, le di mi palabra a tu abuela de que te ayudaría a integrarte, yo soy un chico de gran reputación aquí… creo que te vendría bien aparecer conmigo.
-         Nunca me ha importado la imagen que causaba, así que me las apañare sola. – dije.
-         No puedes… - dijo mientras miraba hacia las puertas del instituto. Donde había un grupo de chicos, que vestían la chaqueta del instituto, como él.
-         Ah! Ya entiendo… dijiste que vendrías con la chica nueva, con la chica de Barcelona. La libertina de Barcelona, quizá te apresuraste diciendo que tú y yo habíamos hecho algo sexualmente pervertido que aun te ayudaría a parecer más cabrón de lo que ya pareces... ¿me equivoco? – dije.
-         Eh… no... – dijo, costosamente.
Yo continúe el paso sin el…
-         Por favor… per favore, per quello che ma voglia… - suplicó.
-         No entiendo italiano… -dije.
-         No pasa nada, yo te enseñare… por favor…-dijo, cortándome el paso.
-         Vale... –dije.
Ni si quiera sé porque dejé que me utilizará… pero no estaba mal utilizarle yo a él, para procurarme una buena fama nada más llegar.
-         ¿Si? Bien, bien… dame la mano. – dijo, saltando de alegría.
-         Un momento, entraremos juntos, pero sin tocarnos… - dije.
-         Ah…. Está bien, tú mandas. – dijo haciéndome una reverencia e indicándome el camino.
Andamos juntos, hasta que llegamos al pie de la escalera, donde le esperaban sus amigos. Me presentó uno a uno… aunque no recuerdo el nombre de ninguno. Me mostró la entrada del instituto y como se unían la universidad y el instituto por la enorme cafetería y el campus. Después, me acompañó a mi primera clase.
-         Te vendré a buscar en cuanto acabes, si salgo unos minutos más tarde… espérame aquí, ¿vale? – dijo, mientras me dejaba en la puerta.
Entré en la clase, y solo quedaba un hueco al final, junto a un par de gamberros que no hacían más que quejarse de su tutor. Y cada vez que pasaba la página del libro decían que había muchos empollones ese año… ¡panda de estúpidos! La clase termino y al salir, Paolo no estaba. Me quedé en el pasillo apoyada en unas taquillas y entonces me fije en un grupo de chicos que pasaron mirándome fijamente. Habían dos chicas y tres chicos que al pasar frente a mí, comenzaron a murmurar entre ellos… no, yo no quería ser el bicho raro… como odiaba ser la nueva… lo había sido muchas veces en Barcelona, con los continuos ataques de ansiedad de mama… y lo odiaba… estaba mirando el suelo fijamente, cuando uno de mis libros se deslizó de entre mis brazos y cayó al suelo. Cuando iba a agacharme a por él, alguien lo recogió por mí. Era una de las dos chicas en quienes me había fijado antes…
-         Toma, se te ha caído... – dijo, entregándome el libro muy amable.
-         Si, muchas gracias. Soy Sarah… - dije.
-         Si, lo sé… ya nos veremos… - dijo, mientras se marchaba por un pasillo que había a mi izquierda.
Y entonces, mientras la miraba extrañada, note que me tocaban el hombro… me volví y…
-         ¿Cómo fue? – dijo Paolo.
-         Dios… me has asustado… - dije.
-         ¿Sabes? Me parecías más amable cuando eras tímida conmigo… -sonrió.
-         ¿Sí? Pues tú me parecías más atractivo antes de explicarme tu peculiaridad… - dije mientras andaba sin saber hacia a donde…
-         Mujeres… nunca estáis satisfechas con las decisiones de los hombres… - añadió entre carcajadas. – mientras te acompaño a tu siguiente clase, confiésame... ¿te parezco irresistible?
-         ¿La verdad? – dije.
-         Por favor… - dijo, fanfarroneando.
-         Me pareces irresistiblemente... pesado. –dije, cansada de oírle.
-         ¡Ja! Te pille, eso es un si descaradamente. Me encantan las tímidas… aquí es. Como antes, no te vayas, ¡eh!-dijo.
-         Espera… ¿quién era la chica que cogió mi libro? –pregunté.
-         ¿Hablas de la pelirroja?-preguntó Paolo, con desprecio.
-         Si.-dije.
-         Se llama Ilana. Es… una chica enigmática… es muy rara, va siempre con los otros cuatro raritos… y ese morenito, ¡búa! Tiene una fuerza sobrehumana… son malos para tu reputación, aléjate de ellos…- dijo,  mientras andaba de espaldas marcha atrás.
Pronto se acabaron las clases, y ya había oído como unos ocho chistes de guaperas, cuando le pedí a Paolo que me dejara en casa.
-         ¿Qué te parece el instituto? – dijo mientras arrancaba.
-         ¡Un asco! – dije.
-         Eres una chica muy pesimista… - dijo, sonriente.
-         ¿Siempre eres así? –pregunté.
-         ¿Ah sí, cómo? – dijo.
-         Siempre sonriente y complaciente…. – dije.
Entonces detuvo el coche a medio camino, y se lanzó sobre mí…
-         ¿Quieres que te complazca…? – dijo intentando besarme...
-         Eh! ¡Párate! – grité, y entonces lo aparte. – no quiero esto…
Se detuvo frente al volante. Y entonces, se sinceró…
-         Siento haber sido así contigo… pero hay algo en ti, algo que te hace increíblemente apetecible… no sé si son tus aires de Barcelona, o tu presencia de las Bigliotti… pero no puedo contenerme… -dijo.
Estábamos al pie de la cuesta que hay hasta llegar a la casa de la abuela. Una zona alejada de todo, donde nadie nos habría podido escuchar.
-         ¿Qué? ¿Qué quiere decir eso? –pregunté.
-         Puedo llevarte a casa si lo deseas y puedo llevarte en coche a clase… no me importa… pero por favor... haz... que se detengan esas voces de mi cabeza… haz que paren de decir tu nombre… me pase toda la semana soñando contigo, pensando en ti… ya te dije que no soy hombre de una sola mujer… y no lo entiendo… ¿Qué me pasa? –dijo.
Paolo comenzaba a asustarme. Tenía una extraña expresión en su rostro y no dejaba de golpear el volante con cada palabra que formulaba, relacionada conmigo. ¿Qué quería decir? Yo no le había hecho nada, ¿acaso las Bigliotti teníamos misteriosos poderes seductivos, o algo así?
-         ¿Intentas confundirme? –pregunté, comenzando a alterarme.
-         No… estoy siendo sincero. Como lo fui antes diciéndote mis intenciones… - dijo  entonces, con la mirada fija hacia el camino. – será mejor que te deje en casa.
Por el camino, me llevó totalmente en silencio. Debo admitir que eso me dio más miedo… ¿Qué quería decir? ¿Influencia de las Bigliotti? Bigliotti… como Giselle… ¿Qué clase de influencia es esa? Nada más dejarme en la puerta, se despidió disculpándose nuevamente. Se marcho rápidamente, prácticamente de un volantazo. Entonces, corrí hasta la puerta de la casa llorando como una tonta y llamando a la abuela…
-         ¡Abuela! ¡abuelaaa! – grité, mientras lloraba. Caí en medio del salón de rodillas y rompí a llorar como nunca.
De repente oí a la abuela, bajar las escaleras corriendo llamándome.
-         ¡Sarah! ¡Sarah! – gritaba.
Cuando me vio en el suelo, aun corría más deprisa. Corrió hasta mí, y me abrazó.
-         ¿Qué te pasa mi niña? ¿Qué ha pasado?
Me calmé, y le explique con todo detalle lo que había pasado en el coche. Ella no daba crédito a lo que oía. Mi madre, estaba presente y no dejaban de hablarse en clave.
-         Te dije que ya estaba lista. – dijo mama.
-         Pues yo creo que no, aún es una niña… - añadió la abuela.
-         Mama… ¡oh! Mama… ¿Cuándo te vas a dar cuenta? Fíjate en mi… me lo diste tan tarde que mira como me ha ido… yo no quiero lo mismo para mi hija. – discutió mama.
-         ¿Qué sucede? – dije.
-         Nada cariño, sube a tu habitación. – dijo la abuela.
-         ¡No! Ella tiene derecho a saberlo… - gritó mama.
-         ¿Saber qué? – pregunte…
La abuela se encontró en un momento de presión, parecía que me ocultaban algo y ella estaba dispuesta a mantenerlo oculto por más tiempo. Sin embargo mama, quería contarme algo ya… y no sé porque, tenía algo que ver con los misterios de la familia Bigliotti, esos que ocultaron porque David no había envejecido.
-         ¿No quedaste con el señor Darsi? – preguntó la abuela.
-         Bueno… supongo que podría acercarme. – dije.
-         Si, ve… será lo mejor. – añadió la abuela.
Salí hacia el coche cuando me di cuenta de que a mama le estaba dando una crisis. Quise regresar con ella, pero la abuela insistió para que subiera al coche y me fuera, ella se encargaría de todo, dijo. De camino al cementerio vi a Paolo, entrar en una tienda con una mujer, seguramente su madre por el modo con el que lo trataba. Era una tienda de magia y esoterismo. “que extraño” pensé…
Llegue al cementerio, y el señor Darsi estaba sentado en uno de los bancos de la entrada tomando una cerveza y comiéndose un bocadillo de algo muy picante.
-         Buenas tardes, ¡que aproveche! – dije, aproximándome a la verja.
-         ¡Oh! Querida niña… me has pillado comiendo, -sonrió.- espera, deja que te abra… - dejo su bocadillo en el banco, sobre el papel de aluminio y se aproximó.
-         He estado pensando en lo que me contó ayer, sobre los hijos de Giselle. Y tengo una duda… ¿de quién era hijo Eduardo? –pregunté, mientras nos sentábamos en el banco.
-         Ja, ja, ja… -sonrió.- sabía que volverías… veras, lo que ningún documento demostró jamás es la existencia de los hijos de David. Giselle estaba embarazada de mellizos y no lo sabía. Cuando se puso de parto, el médico que la atendió así como cualquier otro… no estaba preparado para tal hecho. Hoy, se conocería como parto prematuro, y se dispondrían a poner a uno de los bebes en una incubadora, seguramente acabaría sobreviviendo. Difícil, sería sin duda, pero no imposible. Giselle se puso de parto, y el primer bebe al que dió a luz, Zacarías murió en los brazos del médico. Según diagnostico, era un bebe que no se había acabado de formar. – explicaba mientras se levantaba de nuevo y me llevaba hasta la lápida de Eduardo.
-         ¿Como si tuviera una malformación? – dije, mientras nos deteníamos.
-         Si algo así, incluso quisieron experimentar con él. Pero Giselle nunca lo habría permitido, provenía de familia religiosa… - dijo el señor Darsi, mientras retornaba el paso.
-         Bueno, cuénteme lo de los bebes. – insistí.
-         Si, perdona… ¿por dónde iba?... ah! Sí, bueno pues, el siguiente bebe al que dió a luz sobrevivió, y lo llamó Eduardo. – dijo, mientras me mostraba su lápida.
Ahí estaba, frente a nosotros una lápida blanca con el bonito grabado de una paloma con una ramita de olivo en el pico. Era una de las lápidas más hermosas…
 “querido amigo, esposo, padre… que el amor sea contigo” 18/02/1796 – 23/01/1879
-         Así que Eduardo…- dije, pensativa.
-         Es hijo de David y Giselle. – dijo el señor Darsi.
-         Vaya, murió con ochenta y tres años… ¿no? –dije.
-         No, aun no los había cumplido… también están aquí sus hijos. Y su esposa, marta. ¿Quieres que te los muestre? –preguntó, seguidamente le dio un último bocado al bocadillo que llevaba entre manos.
-         Bueno… -dije.
Miré la fotografía que acompañaba la lápida. Era muy guapo, se parecía mucho a su padre… aunque tenía los ojos de su madre… pero ¿Por qué? ¿Por qué esta familia tan feliz debía pasar por todo esto?
-         Para aquel entonces desconocían muchas cosas… un mal les atacaba desde dentro del pueblo. ¿Has observado las lápidas que habían alrededor del panteón de David? Todas tienen la fecha de su desaparición. Podría decirse que forman la gran parte de este cementerio. – dijo, mientras me mostraba la lapida de Marta.
-         Vaya… era muy bonita…- dije, mientras leía
 “como un ángel llegaste a mi e iluminaste mi camino” y tenía el grabado de un ángel. 22/06/1804 – 09/11/1859 ella murió antes que el…
-         Bueno, he aquí su único hijo, Ángelo. Más adelante te mostraré a Isabella.
Ángelo había nacido el 7 de septiembre del 1824 y murió el 25 de diciembre del 1915 a la edad de noventa y un años. “serás amado para siempre” e Isabella Villa nació el 13 de agosto de 1822 y murió el 2 de enero de 1894 a la edad de 71 años.  “tu esposo e hijos y familiares te recuerdan” dios… ¿por qué no había esta información entre los documentos que me dio aquella mujer…?
-         Vaya, señor Darsi... creo que es demasiada información por hoy… hay muchas cosas que no entiendo… - dije.
-         Mira, poco después de la desaparición de David junto a las demás muertes, hubo un incendio. Prácticamente el pueblo entero fue víctima del fuego… quizá muchos documentos se quemaron entonces y toda esa información se extinguió… no te desanimes. – dijo, acompañándome a la puerta.
-         ¿puedo preguntarle algo? –pregunté, antes de cruzar la verja.
-         Claro, adelante… -dijo, muy amable.
-         ¿usted, sabe algo de los rumores de mi familia? –pregunté.
-         ¿Qué quieres decir? –preguntó.
Pero, algo dentro de mí me decía que sabia más de lo que parecía. El señor Darsi ocultaba algo…
-         Usted sabe algo… no sé porque, solo… lo siento. –dije.
-         Deja que te pregunte algo… ¿alguna vez, has sentido que sabias lo que iba a suceder, antes incluso de que sucediera? O algo más fácil… ¿alguna vez, has tenido la impresión de saber algo o conocer la verdad acerca de algo… como por arte de magia?
Curiosas las palabras del Señor Darsi, estaba claro que él sabía mucho más de lo que parecía. Y tenía razón en todo lo que había dicho. Alguna vez, me había encontrado en alguna situación la cual sentía que ya la había vivido. Pero en lugar de ser como un dejavú, algo que sucede sin más. Era algo… distinto…
“Me encontraba en clase, recogiendo los libros y poniéndolos dentro de la mochila. Los otros alumnos ya habían salido y solo quedaba yo. Tuve la sensación de que me iba a quedar encerrada y que me tendría que llamar al conserje a su casa para que volviera a abrirme la puerta. De repente, tuve un flash. Me vi corriendo escaleras abajo, me vi entrando en todas las clases buscando a alguna profesora… alguien… finalmente, me vi entrando en una sala donde la ventana había quedado abierta y donde podía salir sin problemas. Cuando iba a cruzarla, alguien tras de mi me golpeaba. Despertaba en el hospital, con las piernas abiertas mientras un medico me inspeccionaba. Había sido violada. Tuve la opción de llamar antes a casa, hablar con mama y de ese modo evitarme todo el lio… llame, y el conserje llego silenciosamente. Entro en la misma sala en la que supuestamente me atacaban y detuvo la “casi” violación de una compañera. Nadie se explico jamás que yo supiera lo que iba a suceder. Mama solo dijo, que habían personas en este mundo, capaces de ver con los ojos de otras personas… yo aun, no sé qué pensar de ello.”
-         Sí, creo que sí. –dije.
-         Durante mucho tiempo, se comentó que las Bigliotti, eran conocedoras de la magia. Y se las relaciono con hechizos y cosas peores… personalmente, pienso que no deberías dejar que las habladurías del pasado formaran parte de tu vida. –dijo.
-         Muchas gracias, buenas noches… - dije.
Al regresar a casa, miré a mama que estaba echada sobre el sofá mirando la televisión. Una diminuta televisión de colores, que escondía en un armario empotrado al lado de la chimenea. Ni si quiera recordaba su existencia…
La abuela estaba fuera regando las plantas… necesitaba consuelo, y solo una abuela sabe como decir las palabras que esperas oír. Me acerqué a ella y antes de mediar palabra se abalanzó sobre mí y me abrazo. En aquel momento, mientras el olor a hierbabuena inundaba mis pulmones sentí que aun me quedaba mucho por descubrir y que quizá no todo lo que hallase seria de mi agrado, pero debía conocer la verdad… fuera como fuera.

CONTINUARÁ.....                                               

 Autora original de Fuente de Cambios: Sandra Palacios.